lunes, 15 de diciembre de 2008

el nacer y la muerte del Deseo

Salir de esto nos ruegan ambas conciencias irresponsables, no roguemos por nosotros que no resolvemos cuestionantes, mejor si aquello se hubiese autoprohibido.

Aquello: Un deseo conocido, claramente expresado, muy lindo con sus alitas fosforescentes que nació de mi pegajosa locura y que ahora flotaba a tu alrededor.

Mirándote con una sonrisa esbozada entre timidez, entretejía con sus nerviosos dedos una visible ansiedad y así, zumbándote cerca y a la expectativa aguardaba mientras parecías ignorarlo. De pronto la respuesta de tí lo expulsó por el aire como huracán haciéndolo chocar contra el volcán de lava escarlata que burbujeaba sin cesar, tal como la resignación que burbujeaba en mi interior, provocada por la negativa excusada de tu respuesta.

El deseo sacudió las alas y zumbando triste regresó a mí y se escondió entre la comisura de mis labios, lamentando ambos el habernos arriesgado, sabiendo cierto que podrías reaccionar así, pero solo me quedó reposarme en tu hombro asintiendo como siempre, comprensible como siempre.

Talvez buscabas un punto fijo en que concentrar tu mirada y pensamiento, para allí aislarte y esconderte por algunos instantes de tal situación, quizá en la franja de margaritas que rodean el cielo raso: tu único campo de visión.

El deseo no pudo percibirlo, pero un aleteo más allá de mi boca empezó a surgir de la oscuridad, y fue iluminándose. Pasmados vimos tus ojos abrir y salir de ellos otro estilo de deseo, y gateando por tu mejilla fue a tu oído y te recomendó algo, que hizo que gracias a un pellizco suyo a tus orejas voltearas lentamente la mirada, mezclando tus ojos con los míos, mis intenciones con la tuyas.

Fueron centímetros que buscaban un desvío, un atajo para llegar más rápido, pero el caso sugería lentitud. Tu deseo, el muy osado, Jaló de tus labios aproximándote a mi y ambos deseos se abrazaron, fusionándose en una húmeda realidad que chocaba con tus labios y los míos.

El silencio hablaba sin sonido alguno, los únicos que los escuchaban eran nuestros labios: danzantes, lentos y abrazados, susurrándose cosas, riendo, una lagrima caer, una caricia; y el sonido del silencio los desnudaba, quitándoles toda restricción, todo tapujo, sincerándolos.

Ahora, toda caricia nuestra tenía sentido, dedos conectándose entre sí, se sentía un palpitar común, juntándose los corazones a través de un abrazo de brazos, de cuerpo, de besos, de pensamientos y de mundos.

Un leve suspiro: labios que se separan. Un halo celestial se fue formando mientras llevaste tu cabeza para atrás y creabas una distancia que se cuenta en pliegos de sabana arrugada.

Respiración más lenta que lo usual, el torrente de sangre de las venas corriendo como rio calmo, sentí como si fuese el primer beso que me hubiese gustado antes haber recibido.

Entonces, no hubo tiempo de analizar acciones acontecidas ni las verdades de éstas, pues los deseos renacieron, volvieron en sí y ambos pendiendo de tus labios te jalaron de nuevo hacia mí, y de nuevo el baile, manos y piernas lentas y entrelazadas, mi corazón sin latir, mi alma besándote también, mis anteriores vidas incluso.

Esta vez mis ojos cerrados veían una fantasía de otro mundo de ambos, juntos, nadando en el azul del cielo de primavera, libres como un pájaro, sin presiones, sin acciones prohibidas, con pensamientos propios y mutuos también, pisando el esplendor de los misterioso de ti y de mi.

Y fue en ese segundo, dejando nuestras almas en, tal vez, un próximo encuentro, que te hiciste a un lado, no sin antes pasear tu lengua por mis labios, dando un último recorrido por mi ente de placer. ¡Qué cruel!

Fuimos volviendo a la vida que nos rodea, a la realidad que nos consume y de pronto, consumada la fantasía, nos vimos envueltos en un silencio de almas que intentaban entre ellas arreglar o enmascarar lo sucedido. Despedida formal, volver por lo olvidado, verte una vez más, despedirnos por última vez, hasta el día de hoy.

Y hoy por hoy, te considero cruel, de actos con despiadado, intentando a un principio con sutileza jalarme a tu lado, engatusándome con tu vanidad, y mirándote fijamente a los ojos y mas allá de ellos, el camino liso y fácil me precipitó a un barranco, desde donde ahora te escribo, y esperando que de mis letras, surjan cuerdas y escaleras que me lleven a la superficie, esperando ver si estas allí o no, para tenderme una mano o para empujarme de nuevo.